20 julio 2008

Sabor al compás

Un tonic con Smirnoff. Un Absolut con jugo de arándano. Hablando de esto y lo otro, de aquí y de allá, de ti y de mi, de dientes y sangre, de sueños y decretos, de trabajo y renuncias, de palabras graves y conjugaciones verbales. Miradas cruzadas de un lado a otro de la mesa y miradas perdidas hacia la ventana. Silencios cómodos entre la mezcla de mambo, rock noventero y pasito duranguense. De repente tomaste mi mano y silueteabas mis dedos con los tuyos. Mi mente se dividía entre coordinar las palabras con las que te contaba lo difícil que es aprender los números en japonés y en reconocer la sensación de tu mano recorriendo con una mezcla de timidez y arrebato mi hombro, mi brazo. Luego bailamos. Y tu mano en mi cintura. Y la otra en mi espalda. Y mientras yo pensaba en lo difícil que es encontrar alguien con quien puedas bailar al mismo ritmo. Otro par de vodkas y a bailar otra vez. Y mis brazos rodeando tu cuello. Y tus manos en mi cintura. Y entonces tus labios en los míos, y nuestros cuerpos juntos en cadencia al compás de música tropical. En un beso que quisimos eterno y en el que olvidé cómo conjugar el verbo saber de sabor. Pero es que los besos así son agridulces, saben a salsa y a merengue. A la seguridad de querer que no terminen y a la incertidumbre de no saber cómo acabarán. Perdí la noción del tiempo con tus labios. Encontraste mi punto débil en el cuello y lo marcaste. Quise que la noche no se nos agotara. Y me abrazaste en la calle con ternura. Un beso más de buenas noches. Y la esperanza de otro beso con tu sabor.

29 diciembre 2007

Bizco

Éste mira hacia allá. Ésta mira hacia acá. Éste ve lo negro y lo gris, pero ésta sólo distingue colores. Éste prefiere el calor, y ésta el frío. Éste quiere el control, ésta quiere sorpresas. Éste dice rotundamente "no", pero ésta dice "posiblemente sí". Éste cree en lo posible; ésta, en lo imposible. Éste se queda estático, ésta es cinética. Éste voltea al horizonte, ésta, al cielo. Ambos sueñan que se miran. Pero éste mira hacia acá. Y ésta mira hacia allá.

11 noviembre 2007

Flashback

Me abrazó. Para los presentes, pareció un abrazo casual, de amigos. Para él, la satisfacción de sentirme cerca. Para mí, un estrujo en el que la ropa sobraba. Por más que traté, no pude dejar atrás las ocasiones en que compartimos la cama, cuando en el abrazo inicial se despertaba el calor de los cuerpos, y antes de levantarnos sabíamos que nuestras soledades eran complementarias. La distancia fue, de manera consciente y voluntaria, una frontera necesaria para reconstruir nuestras vidas. Su vida. Mi vida. Un pacto de silencio por unos meses, un pacto que no necesitó ser establecido. Sólo se dio, igual, de manera silenciosa. Él con su vida. Yo con la mía. No más ojos color miel en medio de una piel tostada de nacimiento. No más mezclar la leche y la canela. No más encuentros ocasionales intentando descubrir el por qué podíamos estar juntos sólo un par de horas y no un par de vidas. Nomás esperé que no regresara con su sonrisa tímida a intimidarme. Pero volvió, inconsciente e involuntariamente, por casualidades del destino. En un pacto de olvido que no se estableció. Sólo se dio. Atrás quedaron los encuentros, la cercanía implica lejanía. Lo abracé. En él se reavivaron los momentos. En mi se cerró un capítulo.

19 julio 2007

Más carita/introducción a un texto sin destino seguro

No cabía la menor duda. Apolonio Rodríguez era el joven más carita del barrio. A sus 30 años no había mujer que no pusiera sus ojos en él.

Valían la pena las ocho horas diarias de gimnasio que desde hace más de 15 años practicaba: un abdomen “de lavadero”, fuertes brazos que ninguna fémina resistía, piernas marcadas que podrían aguantar horas y horas de caminata, y unos glúteos que incontables vecinos catalogaban de postizo.

--Ese mi Apo, ¿a dónde tan solito?—preguntó María, una de las vecinas de la unidad habitacional donde vivía, quien todas las tardes se sentaba en una de las jardineras a fumar y ver la gente pasar.

María era conocida por sus provocativos atuendos. Esa tarde de primavera vestía una falda de mezclilla que llegaba a la mitad de sus muslos, una blusa amarrada al cuello con un pronunciado escote, y unas sandalias con un tacón tan grande que de alguna manera disimulaban su menuda estatura.

--Pues adonde siempre, güera. ¿No te cansas de preguntar diario lo mismo?—dijo Apolonio.

--No, carita. Nunca me cansaré de hacerlo, hasta que me dejes acompañarte.

--Güera, ya te dije que no. Ese es un lugar para hombres. No hay ni una vieja, y ve nomás cómo andas. Te van a faltar al respeto.

--Mejor piérdeme tú el respeto.—María se paró frente a Apolunio, pasando su dedo índice por los labios de él y acercándose a una distancia peligrosa.

--No, güera. Ahí te ves.

Apolonio dio la vuelta y se alejó sin más.

--Ya caerás, carita. Ya caerás.

Llegado al gimnasio, Apolonio entró a los vestidores. Guardó su maleta y se despojó de la ropa para quedar en unas mallas negras, sumamente ceñidas al cuerpo, que marcaban aún más su, literalmente, increíble trasero.

12 julio 2007

Gol

Veintidós hombres corriendo tras un balón provocan situaciones contrarias: los unen y a la vez los distancian. Por lo menos una vez a la semana, la pareja acude a un bar a ver los partidos de fútbol. Copas van y vienen, copas nacionales e internacionales, equipos locales y extranjeros, cervezas y whisky. El escoge la mesa más cercana al televisor, ella piensa que debería estar haciéndose el manicure. El calentamiento empieza con una charla trivial: que tal el día, que planes para el día siguiente y si llueve mucho afuera. El encuentro inicia. El toma la mano de ella. Ella lo siente cerca y piensa en darle un beso. El simplemente esta concentrado en seguir el balón con la mirada. Ella mira a su alrededor y ve otras de su equipo también en desventaja. Ellos vociferan ante las malas jugadas. Ellas callan, piensan en los niños, en la casa y en la cena. Ellos creen ser el director técnico e indican la mejor jugada a los jugadores que no los oyen. Ellas no pueden ocultar el gesto de hastío. El grita gol, aplaude y suelta su mano. Ella sabe que lo ha perdido. El busca la mano de ella. Ella se la extiende. El sabe que la tiene. Ella sabe que lo tiene. Al medio tiempo comparten un par de comentarios. Un te quiero. Ella anota un beso en los labios de el. El la abraza. El juego se retoma. Ella domina el territorio, le acaricia el cuello, le cuenta cosas importantes. El la escucha atento. Ella cree que ha ganado. El regresa la mirada al televisor. Ella asume que se confió demasiado. El sostiene su mano. Ella calla, juguetea con su cabello. El no se inmuta. La contienda termina. Ambos se levantan. Saben que en su juego hay un empate.

19 junio 2007

Chisme

- Y que le dice, 'no', le dice, 'mejor véngase a la casa', le dice. Y pues que se va.
- ¿Y luego?
- Pues que llegan a la casa, oiga. Y que él la empieza a toquetear, oiga, ya sabe, así como que no quiere la cosa, pero como que sí quiere y como que uno que se hace así de la boca chiquita, oiga.
- ¿Y luego?
- Pues que ella nomás no se hizo del rogar, oiga, y que se pone flojita y cooperando. Y ya pa' qué le cuento, oiga.
- Híjoles.
- Sí, oiga. Y que le digo, 'mira', le digo, 'tú siempre con tus cosas, oyes', le digo. Y es que no hace caso, oiga. Se pone así, como fiera, cuando uno le dice las cosas y nomás no se puede, oiga. No se puede.
- No, pues no.
- -Y es que lo que pasa es que ella está necia con él, oiga. Si ya sabe que es casado y que lo que es su esposa se las huele, y pues no está bien, oiga. Yo ya le dije que no está bien, pero ella nomás no me hace caso.
- ¿Y qué hará?
- Ella no sé. Yo, tampoco.
- ¿Entonces?
- Pues ya le dije, 'oye', le dije, 'ya con tu domingo siete a ver como le haces, comadrita', le dije. Pero ahí seguirá, duro y dale, duro y dale con él.
- Ah, caray.
- Ni modos. Pos ni modos que aplique eso, lo que viene siendo el amarrárselo como pueda, oiga. Porque el hombre ni va a querer, la va a mandar a volar segurito, oiga.
- Como todos.
- Pues sí. ¿Cómo ve, oiga?
- No, pues'ta mal.
- Pues a ver qué.
- Pues sí.
- Bueno, pues ahí nos vemos.

06 junio 2007

Robo exprés

Las manos al teclado. Esto es un asalto literario. Entrégueme todas las palabras que tenga. Ahí de usté si se queda con alguna, porque no lo cuenta. Y no oponga resistencia. ¿Qué no ve que está acorralada? Sí, todas estas viejas aquí son las musas que no la dejarán en paz hasta que suelte todo. Y de aquí no se va hasta que lo haga. Tengo aquí un montón de hojas en blanco. ¿A poco no la aterran? Y se las puedo aventar una a una o todas juntas, depende de cómo se porte. Así que, flojita y cooperando. Afloje cada letra, déjela salir. Total, que si nomás no quiere, pues ya está de usté. Que se le atoran las palabras, que se le agolpan en el pecho, que se le juntan en los dedos. ¿Qué no escuchó la historia del escritor que un día no pudo escribir más y se ahogó en sus palabras? ¿Y aquella otra donde la narradora fue asesinada por los personajes que no quiso escribir? N'hombre... y esas son suavecitas. Me conozco otras peores. No es que yo sea malo o que la quiera espantar. Verdá de Dios que no, pero pues más le vale que me las entregue todas, todititas, y ya verá lo que es bueno. ¡No, no! ¡No se ponga morada! Mejor escúpalas, échelas aquí que hay bastante espacio. ¿Que no? Mi reina, mejor coopere o me la trueno. Mejor por las buenas y luego se va, por el mismo camino por el que llegó. Oiga, oiga. Chale. Se le atoró una dobleu que no supo acomodar. Ni pedo. Musas, tráiganse otra.

01 septiembre 2006

Adictos

Tus ojos dicen más de lo que hablas.
Gritan. Murmullan. Cantan. Callan.
Me envuelven. Me atrapan. Me abrazan.
Y mis ojos responden.
...y sonrío... y quisiera encerrar todas tus palabras entre mis dedos,
y guardarlas para siempre.
Tragarme tu dolor. Saborear tus alegrías. Acariciar tus sueños.
Y dejarnos de tonterías.
De ocultar lo que sentimos.
De saber que, aún en nuestras soledades y ausencias, nos miramos.


Soundtrack: Love is no big truth--Kings of Convenience

29 julio 2006

Forbidden

"Siento que toda tu región sexual
tiene aeropuerto en mi galaxia"
Galaxia, Illya Kuryaki and The Valderramas.

Tócala. Suave. Despacio. Recorre con las yemas de tus dedos cada centímetro de su cuerpo. Descubre cada rincón. Detrás de la oreja. En el cuello. En las curvas de sus senos. El ombligo. Y hasta detrás de la rodilla. Huele. Registra ese olor único en tu mente. Luego lo recordarás. De eso nadie escapa. Deja que su perfume se confunda entre besos y caricias. Cada piel tiene infinitos secretos por desentrañar. Siente. Permite que esos delicados besos en tu torso exalten tus sentidos. Y agiten tu respiración. Escucha. El roce piel con piel. Su aliento en tu oído. Tu corazón palpitando. La música del placer. Saborea. Con mordiscos. Con el roce de los labios. Con tu lengua. Ese sabor a sal. A peligro. A prohibido. Porque lo sabes. Porque ahora lo admites. Porque ella no es tuya. Sólo hoy. Sólo este momento. Que quizá no se repita. Que puede ser olvidado. No por ti. Por ella. Disfruta. Porque ella llegará a casa. Y tú ya no estarás. Y ese cuerpo será de otro. De su otro. Y tú vacío. Y, ahora, tu mujer sola. En tu casa. Espera tu presencia. Luego llegarás. Recordarás este momento. Y querrás volver. Por el placer. Por el deseo. Por lo prohibido.

10 febrero 2006

La esperanza nunca muere

Sentía calor. La gente iba muy apretada en el vagón del metro. Por suerte, estaba a sólo un par de estaciones más antes de llegar a su destino. Esperanza iba en un rincón, de pie, junto a un par de enormes costales de harina cerrados con un mecate casi a la fuerza. Parecía que iban a reventar en cualquier momento. Miraba de reojo a todos. Con cada mano sostenía la parte superior de cada costal, por temor a que se fueran a caer y dejar salir su contenido. Por fin. Un poco antes de llegar a la estación Zócalo se coló entre la muchedumbre hasta llegar a la puerta del vagón, arrastrando las bolsas. Salió como pudo en cuanto la puerta se abrió, aventando a todos, aunque con dificultad. Al llegar a la escalera eléctrica dejó pasar a unos cuantos. Comenzó a sudar. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Subió el primer costal a la escalera, y con trabajo el siguiente. No se dio cuenta que la parte inferior de uno de ellos se rompió, dejando escapar la gruesa suela de un zapato negro de tipo obrero. Escuchó un ruido y volteó. El agujero en el costal iba creciendo. Ya no era sólo la suela, era el zapato completo y parecía no venir solo. Al fin de la escalera jaló los costales de nuevo y se pegó a la pared. Su respiración se agitó. El corazón latía a mil por hora. "Esperanza, anoche me acosté con otra", recordó la voz de su marido esa mañana mientras ella le servía el desayuno antes de dirigirse a su empleo como cocinera en una fonda. Vio el desperfecto del costal e intentó arreglarlo, metiendo el zapato a la fuerza. "Lo siento, mi amor, estaba muy borracho. No me di cuenta de lo que pasó", de nuevo la voz en su mente. Esperanza comenzó a sollozar mientras, cada vez con mayor dificultad, cargaba los costales. Era de noche. Caminó por la calle de Moneda, mientras sus lágrimas corrían a raudales por su rostro. La gente la miraba con curiosidad. Tal vez llevaba ropa vieja, tal vez uno con prendas y otro con panes. Llegó al exterior de la Iglesia de la Santísima. La calle estaba desierta. Su cabeza se llenó de imágenes mientras miraba a la nada: el plato del desayuno estrellándose en el suelo, su marido pidiendo perdón, ella llorando desconsolada, con unas tijeras de pollero en la mano, el coraje subiendo desde el estómago hasta el brazo, el hombre en el suelo, ella encima de él, las tijeras clavadas en el pecho del hombre 13 veces, el suelo lleno de sangre. Abrió rápidamente uno de los costales. Sacó el cuerpo del marido, lo sentó en el atrio de la iglesia y colocó las tijeras en la mano derecha del cadáver. Se persignó ante él. Le colocó un escapulario y una imagen de San Judas Tadeo en la mano izquierda. Ahí se habían casado hace 13 años. Ahí permanecería él hasta que un vecino denunciara el hallazgo o el personal de limpia lo encontrara por la mañana. Esperanza, se perdió. Perdió la esperanza. Se limpió las lágrimas. Puso el otro costal junto al difunto. Ahí había guardado los recuerdos y las pertenencias. "Por puñal", dijo. Se dio la vuelta y su figura se perdió entre la oscuridad.
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